Psicoanalizarse, no es ni bueno ni malo, es la única manera de producir salud psíquica. Si nos preguntáramos ¿se puede vivir sin salud psíquica, sin inconsciente? Si, se puede vivir con la salud de la especie, con la salud animal interesada únicamente en la reproducción y mantenimiento de la propia especie. A la especie no le interesa lo más mínimo el sujeto, la humanidad, por eso se reproduce en lugares donde no hay agua ni alimentos, cruza océanos en balsas mortuorias, impone hijos donde no hay medicinas ni esperanza de vida humana. A la especie le interesa el ganado. El hombre está interesado en lo humano.
No es cierto que los neuróticos obsesivos, que en nuestros días sufren la presión de una supermoral, no se defiendan sino contra la realidad psíquica de las tentaciones y se castiguen tan sólo por impulsos no traducidos en actos. Tales tentaciones e impulsos entrañan una gran parte de la realidad histórica. Estos hombres no conocieron en su infancia sino malos impulsos, y en la medida en que sus recursos infantiles se lo permitieron, los tradujeron más de una vez en actos. Durante su infancia pasaron, en efecto, por un período de maldad, por una fase de perversión, preparatoria y anunciadora de la fase supermoral ulterior.
La analogía, que Freud descubre, entre el primitivo y el neurótico se nos muestra pues, mucho más profunda si admitimos que la realidad psíquica, cuya estructura conocemos, ha coincidido también al principio, en el primitivo, con la realidad concreta; esto es, si suponemos que los primitivos llevaron a cabo aquello que según todos los testimonios tenían intención de realizar.
Lo original siempre es texto. Las ciencias, toda disciplina científica es desde la escritura donde adquiere su base material. Los libros siempre tienen destinatario. La mentira siempre es verídica, siempre señala una verdad que la sostiene. La verdad puede no ser cierta. Por ejemplo: no hay, como se dice, “un niño en cada uno”; hay sexualidad infantil, y esto, se puede analizar en el adulto, no en el niño. Nada hay psíquico en el hombre hasta la instalación del complejo de castración, cuyo nódulo es el complejo de Edipo. Y la sexualidad es después de la metamorfosis de la pubertad, antes son leyendas del niño que ignora la existencia del coito y del órgano femenino. La sexualidad humana está constituida en dos tiempos separados por una fase de latencia.
Sin embargo, no debemos dejarnos influir con exceso en nuestros juicios sobre los primitivos por la analogía con los neuróticos. Es preciso tener también en cuenta las diferencias reales. Cierto es que ni el salvaje ni el neurótico conocen aquella precisa y decidida separación que establecemos entre el pensamiento y la acción. En el neurótico, la acción se halla completamente inhibida y reemplazada totalmente por la idea. Por el contrario, el primitivo no conoce trabas a la acción. Sus ideas se transforman inmediatamente en actos. Pudiera incluso decirse que la acción reemplaza en él a la idea. Así, pues, sin pretender cerrar aquí con una conclusión definitiva y cierta, podemos arriesgar la proposición: “en el principio era la acción”.
Todos los humanos somos hablantes, somos pensados desde una estructura y la ambivalencia afectiva que se construye, inevitablemente, en el proceso de indefensión infantil, genera conflictos, cuestiones en el adulto que dan cuenta de aquellos deseos indestructibles e incestuosos que son inconscientes, de modo tal que si aparecen en la realidad cotidiana, muestran un conflicto, una problemática humana con respecto a querer saber demasiado ¿Qué es un padre? En la neurosis. Querer ver lo que no se puede representar en la perversión, valorizando con ello la imagen y haciendo de los objetos un monumento. Y en la psicosis querer saber qué es el cuerpo, cómo se goza del cuerpo, cuestiones con la voluptuosidad del goce corporal.
Somos semejantes y diferentes. La diferencia no es la desigualdad. Todos procedemos de padre y madre. Todos elaboramos de manera singular lo ya heredado.
Dr. Carlos Fernández del Ganso
Médico- Psicoanalista